Nacido en el pueblo de L’Aleixar, Isidre Pàmies i Borràs, conocido popularmente como Cercós, fue un general del ejército carlista durante la tercera guerra carlista.
Cercós provenía de una familia de tradición carlista. Por lo tanto, cuando explotó el conflicto en el año 1872, se involucró por completo como oficial de infantería.
Desempeñó sus funciones en las Montañas de Prades dirigiendo el cuarto batallón carlista de la provincia de Tarragona. Acabaría siendo nombrado coronel.
Pàmies i Borràs, distinguido por su coraje, se ganó a pulso el odio de sus enemigos. Tanto es así que, en el pueblo de Mont-Ral, sufrió un intento de asesinato.
La leyenda se forjó con su muerte.
Durante los hechos que condujeron a la victoria carlista en Prades, una bala de fusil le alcanzó el pecho. Su muerte se produciría en circunstancias desconocidas.
La leyenda contada por Josep Iglesies en su libro Capta de Fantasies narra qué paso antes, durante y después de la muerte de Cercós. No tiene desperdicio.
Un entierro, profanaciones y un fusilamiento son sólo algunas de las piezas que constituyen un cuento que, por momentos, te pondrá la piel de gallina.
La muerte de Cercós
En un combate cuerpo a cuerpo, después de hacerse con el cañón de un enemigo, Cercós fue atravesado por una bala de fusil. Se trataba de una herida mortal.
A lomos de una luma, fue llevado hasta una masía de La Mussara que hacía las veces de hospital. Cercós fue atendido sin medios, instrumentos o botiquín.
Poco se pudo hacer por él.
Con la herida abierta, y a pesar de los esfuerzos del amo de la masía, Isidre Pàmies i Borràs falleció y fue enterrado en el pequeño cementerio de La Mussara.
El lugar exacto en el que se le dio sepultura no trascendió a propósito. Así, se alimentó el rumor de que todavía seguía vivo en alguna masía de las montañas.
La desinformación llegó a oídos enemigos. 5 liberales deseosos de venganza contrajeron, entonces, el compromiso de liquidar de una vez al moribundo Cercós.
Vaya sorpresa se iban a llevar.

Camino a La Mussara
Armados con carabinas, los 5 voluntarios que pretendían acabar con Cercós salieron de Vilaplana en dirección a La Mussara por el popular camino de Les Tosques.
A la altura del Mas de L’Adrià, su propietario les entretuvo y, tan pronto los perdió de vista, atajó hasta el Mas de Joan Pau. Puso sobre aviso a todo el mundo.
Quienes estaban en el llamado Hospital de los Carlistas, se resguardaron a prisa en el Bosque de L’Augustenc. Esperaron en el lugar hasta la mañana siguiente.
La patrulla llegó a La Mussara.
Para su sorpresa, los liberales se encontraron con las casas cerradas. Todos los vecinos se habían escondido, a excepción de algunas personas mayores.
Preguntaron por el acalde.
Preguntaron por el alguacil.
Preguntaron hasta por el rector.
Todo el mundo parecía estar ocupado lejos del pueblo. Así las cosas, interrogaron a los habitantes restantes y descubrieron que Cercós estaba enterrado.
De todas maneras, decidieron seguir adelante. Conscientes de que no podían volver con las manos vacías, juraron recuperar el cuerpo y hacerlo pedazos.
Iban a desenterrar a Cercós.

La profanación del cementerio
Los liberales obligaron a las personas mayores a colaborar. Por su parte, los vecinos pensaron que ese era el mal menor. Al menos así protegerían a los demás.
Era una noche negra y nublada.
Los golpes de azada en la tierra producían un sonido tétrico. Retiraron las cruces, encendieron un fuego y, poco a poco, cavaron un agujero en el camposanto.
Se toparon con un ataúd.
Tan pronto encontraron las herramientas con las que forzar la caja, advirtieron que se trataba del féretro de una joven que había fallecido días atrás dando a luz.
Cavaron de nuevo. En esta ocasión, revelaron un cuerpo envuelto en una tela blanca. Se trataba de un carlista que había fallecido hospitalizado. ¿Era él?
No, aquel no era Cercós.
Continuaron con la profanación para toparse con algo que puso los pelos de punta a los vecinos. El siguiente féretro fue el de un niño, hijo de una mujer presente.
Entre llantos, la madre abandonó el lugar junto a las otras mujeres. El llanto se perdió por las calles de La Mussara cobijado por el ladrido de los perros.

El fusilamiento de Cercós
Para sorpresa de todos, el cuerpo de la última caja tenía las cuencas de los ojos extrañamente abiertas. Era el de una señora mayor a la que más de uno creyó bruja.
El cabecilla estaba hasta las narices. Hecho una furia, empezó a darle patadas al ataúd. De repente, se escuchó algo en la distancia. ¿Eran personas?
La patrulla cayó en la cuenta de que había sido víctima de un engaño. Exhaustos por la búsqueda, se resolvieron a llevar a cabo un fusilamiento simbólico.
Sucedió entonces.
Eran altas horas de la noche. La cortina de nubes que cubría el firmamento se marchó y dejo lugar a las estrellas que serían espectadoras de aquel horror.
Pusieron de pie la caja, la apoyaron sobre una de las paredes de la iglesia y tomaron las carabinas. El líder ordenó que apuntaran al cuerpo de la señora.
Firmes.
¡Fuego!
Las ranas características de La Mussara enmudecieron por un instante, cayó el ataúd al suelo y los vecinos gritaron horrorizados. ¿Era casualidad o causalidad?
Un frío gélido recorrió el cuerpo de los miembros de la patrulla. Asustados, se miraron los unos a los otros creyendo que sobre ellos pesaba ya una maldición.
Como si les persiguiera el mismísimo diablo, huyeron de La Mussara. Bien podría decirse que escapaban de algo que iba más allá de su entendimiento.

¿Dónde estaba Cercós?
Los liberales desenterraron hasta 6 ataúdes del cementerio. Precisamente, el que hacía 7 era el de Cercós. ¡Se quedaron a las puertas del éxito!
A la mañana siguiente volvieron los vecinos. Mientras observaban el estropicio causado, reconocieron la caja del famoso guerrillero de L’Aleixar.
No estaba escondido, sino a los ojos de todos en el agujero cavado. Sin embargo, la noche, el cansancio y los nervios evitaron que fuera descubierto.
Del dicho al hecho
La tradición oral dicta que Cercós estuvo en el Mas de Joan Pau. Por su seguridad, fue trasladado a la cueva conocida como el Hospital de los Carlistas.
Así, Pàmies i Borràs pasó sus últimos días asistido por el rector de La Mussara y visitado por Rafael Llaberia, simpatizante carlista y médico de Vilaplana.
Murió tres días después.
El enterrador del pueblo sabía lo que hacía. Por si acaso, fue previsor y depositó el féretro de Cercós debajo de una mujer que había fallecido hace poco.
La fecha del fallecimiento no está clara. Se sospecha que fue el 22 de octubre de 1873, aunque un diario de la época la sitúa en el 23 de octubre de 1873.
Pero todavía hay más.
Con la ayuda de Albert Manent, Anton Agustench Bonet, nacido en La Mussara en 1913, volcó sus memorias del pueblo en libro Records de La Mussara.
Uno de los capítulos lleva el título de “El Cercós”. En él, el mussarenc nos cuenta cómo conoció la leyenda gracias a su abuelo y otras personas mayores que él.
A destacar: sabemos que Joan Pau sabía curar huesos rotos y heridas como casi todos los pastores. No obstante, no pudo con la herida de Pàmies i Borràs.

Más leyendas de La Mussara
La Mussara es tierra de leyendas. Si te has quedado con ganas de más, lee aquí sobre la desaparición de Enrique Martínez. Tampoco tiene desperdicio.
De Siurana te recomiendo la Leyenda del salto de la Reina Mora o la del Judío de Siuranella. Una se solapa con la otra explicando el asedio del castillo.
En el caso de que pienses que la realidad supera a la ficción, la historia de nazi de Siurana es lo que necesitas. Incluye hasta una huida de prisión.
Gracias por compartir.
Cercós murió el 23 de Octubre de 1873 a las 4h de la tarde en campo de batalla. A la edad de 30 años.
Nació el 17 de Diciembre de 1843 a las 8:45h. de la noche en Aleixar.
Sus abuelos paternos eran de Alió y su abuelo materno era médico, eran de Riudecols.
Nuri, muchas gracias a ti por agregar información :). Quien quiera más información, la encontrará en "Cercós, Guerriller Carlí al Baix Camp", un libro Albert Manent.